jueves, 23 de febrero de 2012

Una siesta de doce años

Después de coger un poco de aire en Bilbao, hemos empezado con la Semana Cultural. Y está siendo tan genial... tanta preparación, tanto trabajo, ha merecido la pena.
Hoy vinieron deportistas olímpicos. Los niños alucinaban, los maestros más. Siempre los más humildes son los más grandes. 
Creo que estoy aprendiendo mucho este año. De mis alumnos sobre todo, sin ser un ogro como dicen algunos y sin ser su colega, como dicen otros. Yo soy su maestra (preciosa palabra) y paso más tiempo con ellos, muchas veces, que sus propios padres. ¿Cómo pueden decir que para aprender no es importante el factor afectivo? 
Cada día estoy más convencida de que mis niños aprenden mil veces más de estas experiencias que de los libros de texto. A ver si, de una vez por todas, entendemos que lo importante no es que sepan, sino que quieran saber. Que no nos engañemos, los datos se olvidan todos. Todos. Que sigan dándole vueltas a las leyes de educación...
De todas formas, estos días son especiales, también, porque andan los chicos de prácticas revoloteando por ahí. Me siento muy identificad con ellos... yo estaba ahí hace dos años. Siento su entusiasmo y nosotros tenemos provocar un poco más esa chispita.
En fin, hoy es un día de esos, redondo (y no siempre son así), con comida con los compañeros incluida. 
Estoy pletórica, espléndida, aluciflipaenergética y necesitaba este subidón de adrenalina.
Amo tanto esta profesión...


Una siesta de doce años
Carles Capdevila / Periodista
Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa.
Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca.
Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga . Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.
Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años .
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera.
Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema.
Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos.
Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).
Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’. La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso.
Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos?
Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.
Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad.
¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía?
Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.

domingo, 22 de enero de 2012

Mejor y mejor

Claro que se puede. Si otros han podido nosotros también. Algunos siguen pensando que luchar no sirve para nada, que no se pueden usar ideas distintas, les asusta que la gente salga a la calle, que se expresen, que opinen, que quieran hacer las cosas de otra manera. Yo hoy he leído esta noticia... y he sonreído:
http://www.20minutos.es/noticia/1283761/0/islandia/crisis/crecimiento/
Costará un universo pero lo veo en mi gente, lo importante es no quedarse quieto y lo están logrando, poquito a poco se van poniendo en su sitio aunque les cueste kilómetros de distancia, aunque no paguen lo suficiente, aunque tengan un jefe insoportable, aunque no sea el puesto de sus sueños. No nos habían preparado para esto. La vida adulta en la universidad la soñábamos de otra manera y yo me siento tan orgullosa viéndoles arriesgar, viéndoles dejarse la piel. Antes les sobraba la ilusión, ahora lo compensan con esfuerzo. Y funcionará, el esfuerzo siempre funciona. No hay que tener miedo. No puede uno dejarse morir.
Si morimos que sea por vivir más y más. 
Si morimos que sea por tratar de vivir mejor y mejor.

lunes, 16 de enero de 2012

Desde la oscuridad del coche ya se vislumbraba la belleza del paisaje. Mi compañera iba pendiente de la carretera, una hilera de luciérnagas rojas que avanzaban hacia la nada, paciente y constante. Se notaba en el ambiente la mezcla entre la tensión propia de no saber si íbamos a llegar a tiempo (ni siquiera si íbamos a poder llegar) y la emoción infantil que se despierta ante el simple hecho de ver nevar.


En la radio sonaba el típico programa mañanero que habitualmente vamos escuchando en ese estado que está entre el sueño y la vigilia. Sin embargo hoy no lo escuchamos, ni siquiera intercambiamos conversaciones entre nosotras. Hoy nos manteníamos mirando a la carretera fijamente como si de esta manera pudiéramos conseguir que el trayecto fuera más seguro.

Así que como era de esperar, sí,  las tres llegamos tarde. Los niños ya estaban sentados en sus asientos y no paraban de mirar por la ventana. "¿Podemos salir a jugar con la nieve?"
Me ha costado un triunfo mantenerles trabajando hasta el recreo pero después... después hubo guerra de nieve. Y todos calados.

Dicen que mañana ya no quedará nada pero al menos por hoy, por un momento, hemos vuelto a ser todos como niños. Y da igual cuántas veces ocurra, siempre será maravilloso.

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