lunes, 16 de enero de 2012

Desde la oscuridad del coche ya se vislumbraba la belleza del paisaje. Mi compañera iba pendiente de la carretera, una hilera de luciérnagas rojas que avanzaban hacia la nada, paciente y constante. Se notaba en el ambiente la mezcla entre la tensión propia de no saber si íbamos a llegar a tiempo (ni siquiera si íbamos a poder llegar) y la emoción infantil que se despierta ante el simple hecho de ver nevar.


En la radio sonaba el típico programa mañanero que habitualmente vamos escuchando en ese estado que está entre el sueño y la vigilia. Sin embargo hoy no lo escuchamos, ni siquiera intercambiamos conversaciones entre nosotras. Hoy nos manteníamos mirando a la carretera fijamente como si de esta manera pudiéramos conseguir que el trayecto fuera más seguro.

Así que como era de esperar, sí,  las tres llegamos tarde. Los niños ya estaban sentados en sus asientos y no paraban de mirar por la ventana. "¿Podemos salir a jugar con la nieve?"
Me ha costado un triunfo mantenerles trabajando hasta el recreo pero después... después hubo guerra de nieve. Y todos calados.

Dicen que mañana ya no quedará nada pero al menos por hoy, por un momento, hemos vuelto a ser todos como niños. Y da igual cuántas veces ocurra, siempre será maravilloso.

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