"Hasta ahora nadie sabía que el 4 de enero de 2010 escribí un correo electrónico a mi amigo Daniel. En él decía que tenía un fuerte presentimientoo, muy negativo y muy negro; como si tuviera cerca la muerte. Y aunque tuviera esta antesala, una no puede creerlo del todo, una nunca esta preparada.
Mi abuelo no era un hombre formidable, de hazañas increíbles. Era un hombre más con sus manías y sus rarezas. Pero nos transmitió a todos un gran sentido del humor. Le gustaba reírse, hacer bromas de todo y de todos, incluso de él mismo. Y yo sé que ese ambiente que se genera cuando estamos toda la familia junta, esos chistes y risas, vienen de ahí. De esa herencia que él nos dejó sin que, ni siquiera, fuera consciente de ello.
Tuve el privilegio de compartir con mi abuelo la afición por los trabajos manuales. El tenía algo que a mí me falta: la paciencia para darle tiempo a las cosas. Nunca he sabido si era algo generacional o propio. De lo que sí estoy segura es que siempre pienso en él cuano se aceleran las cosas. Cuando corto madera o pinto una pieza. Esos momentos en el garaje de Montamarta, a pesar de las discusiones, me dieron el privilegio de conocer más a la persona que fue mi abuelo, sus historias, sus emocioness y sus miedos. Una persona distinta de aquel señor grande que venía ala patio del colegio a buscarme y que me llevaba por las calles de su mano gigantesca.
Nadie puede negar que mi abuelo nos dedicó, especialmente a sus nietos, su tiempo y su paciencia jugando a las cartas, contándonos historias o llevándonos de paseo. Son recuerdos de cosas simples, que llenan la vida de forma ligera y profunda al mismo tiempo.
Así que, abuelo, siento no poder estar ahí en estos momentos, pero gracías por todo lo que me dejas y nos dejas. Me consuela saber que, estés donde estés sabías que, a pesar de tus quejas por los pantalones o la comida, todos te queríamos, te queríamos mucho y que tu memoria se queda con nosotros estemos donde estemos."
Mi abuelo no era un hombre formidable, de hazañas increíbles. Era un hombre más con sus manías y sus rarezas. Pero nos transmitió a todos un gran sentido del humor. Le gustaba reírse, hacer bromas de todo y de todos, incluso de él mismo. Y yo sé que ese ambiente que se genera cuando estamos toda la familia junta, esos chistes y risas, vienen de ahí. De esa herencia que él nos dejó sin que, ni siquiera, fuera consciente de ello.
Tuve el privilegio de compartir con mi abuelo la afición por los trabajos manuales. El tenía algo que a mí me falta: la paciencia para darle tiempo a las cosas. Nunca he sabido si era algo generacional o propio. De lo que sí estoy segura es que siempre pienso en él cuano se aceleran las cosas. Cuando corto madera o pinto una pieza. Esos momentos en el garaje de Montamarta, a pesar de las discusiones, me dieron el privilegio de conocer más a la persona que fue mi abuelo, sus historias, sus emocioness y sus miedos. Una persona distinta de aquel señor grande que venía ala patio del colegio a buscarme y que me llevaba por las calles de su mano gigantesca.
Nadie puede negar que mi abuelo nos dedicó, especialmente a sus nietos, su tiempo y su paciencia jugando a las cartas, contándonos historias o llevándonos de paseo. Son recuerdos de cosas simples, que llenan la vida de forma ligera y profunda al mismo tiempo.
Así que, abuelo, siento no poder estar ahí en estos momentos, pero gracías por todo lo que me dejas y nos dejas. Me consuela saber que, estés donde estés sabías que, a pesar de tus quejas por los pantalones o la comida, todos te queríamos, te queríamos mucho y que tu memoria se queda con nosotros estemos donde estemos."
Beatriz Seisdedos de Vega